Tras mi divorcio, todos los novios que traía a casa desaparecían después de conocer a mis hijas. Cuando otro chico se largó a mitad de la cena, busqué respuestas. Lo que mi investigación reveló sobre los motivos ocultos de mis hijas me dejó atónita y con el corazón roto.
Creía que mi vida había terminado tras mi tumultuoso divorcio de Roger hace dos años. Roger y yo estuvimos casados 15 años, y tenemos dos hijas preciosas, Veronica, de 14 años, y Casey, de 12 años. Éramos felices hasta que las cosas empezaron a desmoronarse. Las trasnochadas de él, las discusiones interminables y el silencio que se produjo después nos llevaron al divorcio. Yo obtuve la custodia de las niñas, y su padre tenía visitas los fines de semana.
Primer plano de una pareja quitándose las alianzas | Fuente: Pexels
Dos años después de la separación, decidí seguir adelante y volver a encontrar el amor. No sólo por mí, sino también por mis hijas. Se merecían una figura paterna en sus vidas.
Cuando hace poco llevé a cenar a casa a mi novio, David, y le presenté a mis hijas, no entendía por qué había puesto fin a nuestra relación tras conocer a mis hijas.
“David, ¿qué te pasa?”, pregunté cuando de repente se levantó de la mesa, pálido como un fantasma. No contestó, recogió el abrigo y se marchó sin decir palabra.
Silueta en escala de grises de un hombre alejándose | Fuente: Pexels
Veronica y Casey estaban sentadas en silencio, mirando sus platos.
“¿Qué ha pasado, chicas?”, pregunté, con voz temblorosa. No respondieron, y su silencio fue enloquecedor.
Aquella noche llamé a David varias veces, pero no lo atendió. A la mañana siguiente, dejó un mensaje de texto que decía: “Se acabó, Melinda. No puedo tener una relación contigo. Adiós”.
Sentí que se me volvía a romper el corazón. No era la primera vez.
Primer plano de una mujer con los ojos llorosos | Fuente: Pexels
Shawn, un chico con el que salí a principios de ese año, había hecho lo mismo. Antes que él, había sido Víctor. Todos estos hombres conocían mi pasado y a mis hijas. Entonces, ¿qué estaba fallando?
Estaba decidida a averiguarlo. Al día siguiente, me reuní con mi colega y amigo Jose en el trabajo y me desahogué.
“Jose, es como un patrón. Cada vez que un chico conoce a mis hijas, desaparece”, le expliqué, sintiendo que las lágrimas me punzaban los ojos.
Mujer angustiada cubriéndose la cara con las manos | Fuente: Pexels
“Vamos, Melinda, no puede ser tan malo”, dijo José riéndose.
“Hablo en serio. Necesito tu ayuda”, insistí.
Aceptó ayudarme. Unas semanas después, llevé a Jose a cenar a casa, presentándole como mi “nuevo novio”. Las sonrisas de Verónica y Casey desaparecieron de inmediato.
“Jose, ¿por qué no hablas con las chicas y las conoces?”, dije, dejándolas en la mesa del comedor como de costumbre. Esperé en la cocina, con el corazón palpitante.
Una pareja cogida de la mano | Fuente: Unsplash
Cuando volví, José tenía la cara más pálida que de costumbre. Agarraba el tenedor con nerviosismo y apenas me miraba.
Después de cenar, se marchó rápidamente, y supe que algo pasaba. Aquella noche, después de que las niñas se acostaran, llamé a Jose.
“Jose, ¿qué ha pasado?”, pregunté, apenas capaz de mantener la voz firme.
“Melinda, tenemos que hablar en persona”, dijo. Se me encogió el corazón.
Un hombre asustado sujetándose la cabeza | Fuente: Pexels
A la mañana siguiente, me apresuré a ir a la oficina y encontré a Jose antes de que empezara nuestro turno.
“Cuéntame”, le exigí. “¿Qué pasó anoche? ¿Qué dijeron las chicas?”.
“Melinda, tus hijas… creen que Roger y tú volveran a estar juntos. Están asustando a tus novios a propósito”, confesó.
Me quedé helada. “¿Qué quieres decir?”.
Primer plano de una mujer triste con los ojos bajos | Fuente: Pexels
“Me han contado cosas horribles sobre ti. Que se te da fatal cocinar, cuidar de ellas… limpiar. Dijeron que eres una adicta a las compras y que tienes problemas de sonambulismo. Incluso han dicho que sólo esta semana has traído a casa a siete hombres”, me explicó José.
Se me saltaron las lágrimas. “Nada de eso es verdad, Jose”.
“Lo sé. Pero lo hacen porque quieren que Roger y tú vuelvan a estar juntos. Tienes que hablar con ellas”, me aconsejó suavemente.
Una mujer con los ojos llorosos cerrando los ojos | Fuente: Pexels
Aquella noche llegué a casa con el corazón herido. Veronica y Casey estaban jugando en el salón, ajenas a la tormenta que se estaba gestando en mi interior.
“Niñas, tenemos que hablar. Ahora”, dije con firmeza, reuniéndolas. Intercambiaron miradas nerviosas, pero no dijeron nada.
“Sé lo que han estado haciendo. Mentir a mis novios para ahuyentarlos. ¿Por qué?”, exigí saber, con la voz quebrada.
Al principio lo negaron. Pero cuando les amenacé con cortarles el dinero de bolsillo y las vacaciones, por fin confesaron.
Dos chicas jóvenes sentadas en el suelo una frente a la otra | Fuente: Pexels
“Mamá, sólo queremos que papá y tú vuelvan a estar juntos. Necesitamos a nuestros dos padres. Necesitamos recuperar nuestra antigua vida”, dijo Verónica con lágrimas en los ojos.
Sentí como si mi corazón se rompiera en mil pedazos. “¿Pero por qué no me lo habías dicho antes?”, pregunté, ahogándome en lágrimas.
“Teníamos miedo de que te enfadaras”, susurró Casey.
Primer plano de una joven mirando hacia arriba | Fuente: Pexels
Respiré hondo y las estreché entre mis brazos. “Lo entiendo, pero no pueden hacer esto. No es justo ni para mí ni para esos hombres. Tenemos que tener una conversación de verdad sobre esto”.
Nos sentamos juntos, hablando hasta bien entrada la noche. Le expliqué que, aunque comprendía sus sentimientos, yo también necesitaba seguir adelante y encontrar la felicidad.
“Pero, mamá, ¿de verdad es demasiado tarde para volver con papá?”, preguntó Verónica, con voz pequeña y esperanzada.
Adolescente infeliz mirando hacia arriba | Fuente: Pexels
Suspiré, apartándole un mechón de pelo de la cara. “No lo sé, cariño. Pero lo que sí sé es que tenemos que apoyarnos mutuamente y ser sinceros. No más mentiras, ¿vale?”.
Asintieron y traté de aligerar el ambiente. “Y para que lo sepan recordaré esto cuando les toque traer a un chico a casa”.
Las chicas se rieron, pero en mi interior, una pregunta seguía atormentándome: ¿realmente era demasiado tarde para dejar a un lado aquellas diferencias y recuperar mi vida con Roger por el bien de nuestras hijas?
Una mujer triste mirando hacia abajo | Fuente: Pexels
Al día siguiente, no podía concentrarme en el trabajo. Mi mente volvía una y otra vez a la conversación con mis hijas. ¿Sería realmente posible reavivar las cosas con Roger? Decidí llamarle.
“Hola, Roger. ¿Tienes un minuto?”, pregunté nerviosa cuando contestó.
“Claro, Melinda. ¿Qué pasa?”. Sonaba curioso, pero no antipático.
“Creo que tenemos que hablar. En persona. Es sobre las chicas”, dije, con la voz ligeramente temblorosa.
Un hombre hablando por teléfono | Fuente: Pexels
“Vale. ¿Qué tal esta noche en esa cafetería a la que solíamos ir?”, sugirió.
“Me parece bien. Nos vemos a las siete”, acepté, sintiendo que se me hacía un nudo de ansiedad en el estómago.
A las siete en punto, entré en la bulliciosa cafetería y vi a Roger en una mesa de la esquina. Levantó la vista y me dedicó una pequeña sonrisa.
“Hola, Melinda”, me saludó mientras me sentaba.
“Hola, Roger. Gracias por reunirte conmigo”, dije, jugueteando con mi taza de café.
Una bulliciosa cafetería | Fuente: Unsplash
“¿Qué tienes en mente?”, preguntó, inclinándose hacia delante.
“Las chicas. Han estado… saboteando mis relaciones porque aún esperan que volvamos a estar juntos”, solté.
Roger parecía sorprendido. “¿Qué? ¿Por qué no dijeron nada?”.
“Tenían miedo. Pensaban que me enfadaría. Pero es más que eso, Roger. Echan de menos a nuestra familia. Quieren que volvamos a estar juntos”, expliqué.
Primer plano de un hombre mirando a su lado | Fuente: Pexels
Roger suspiró, frotándose las sienes. “No tenía ni idea. Creía que estaban llevando bien el divorcio”.
“Yo también lo creía. Pero está claro que no. Sé que tuvimos nuestras diferencias, pero quizá… por su bien, deberíamos intentar arreglar las cosas”, sugerí vacilante.
Me miró, con una tormenta de emociones cruzándole la cara. “No es tan sencillo, Melinda. Teníamos verdaderos problemas. Por eso decidí quedarme soltero después del divorcio”.
“Lo sé. Pero quizá podamos probar con terapia. Ver si queda algo que merezca la pena salvar. Por las niñas”, supliqué.
Mujer angustiada sujetando papel de seda | Fuente: Pexels
Roger volvió a suspirar, mirando por la ventana. “De acuerdo. Intentémoslo. Por las niñas”.
Las semanas siguientes fueron un torbellino de emociones. Roger y yo empezamos a ir a terapia, intentando reconstruir la confianza y la comunicación que habíamos perdido.
No fue fácil. Había días en que me sentía esperanzada y otros en que quería rendirme. Pero el pensamiento en nuestras hijas me hacía seguir adelante.
Una pareja sentada de frente | Fuente: Pexels
Una noche, tras una sesión especialmente dura, Roger y yo nos sentamos en el coche en silencio.
“¿Crees que esto funciona?”, le pregunté en voz baja.
“No lo sé. Pero se lo debemos a las chicas”, respondió, acercándose para apretarme la mano.
Al cabo de un mes de terapia, decidimos hablar a nuestras hijas de nuestros esfuerzos.
“Niñas, su padre y yo hemos estado hablando. Estamos intentando arreglar las cosas”, dije con cautela, viendo cómo se les iluminaban las caras.
“¿De verdad? ¿Significa eso que vais a volver a estar juntos?”, exclamó Casey con entusiasmo.
Primer plano de una chica sonriente mirando hacia arriba | Fuente: Pexels
“No prometemos nada, pero lo estamos intentando”, confirmó Roger.
Las chicas nos abrazaron con fuerza y sentí un atisbo de esperanza. Quizá, sólo quizá, podríamos hacer que esto funcionara.
Con el paso de las semanas, las cosas empezaron a mejorar. Roger y yo nos comunicábamos mejor, y las chicas parecían más felices. Una noche, cuando nos sentamos todos a cenar, sentí una paz que no había sentido en años.
Primer plano de una cena familiar | Fuente: Pexels
“Mamá, papá, esto es muy bonito”, dijo Verónica, sonriéndonos.
“Lo es, ¿verdad?”, asentí, sintiendo que la mano de Roger apretaba la mía por debajo de la mesa.
Aún nos quedaba mucho camino por recorrer, pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que íbamos por buen camino. Mis hijas eran tan felices, pero en mi interior sentía que me asaltaba una pregunta. ¿Podrían esas sonrisas compartidas convertirse en un reencuentro duradero, o eran flores fugaces que brotaban de las cenizas de un matrimonio roto?
Una mujer angustiada acurrucada en la silla y mirando a su lado | Fuente: Pexels
Esta obra está inspirada en hechos y personas reales, pero se ha ficcionalizado con fines creativos. Se han cambiado nombres, personajes y detalles para proteger la intimidad y mejorar la narración. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia y no es intención del autor.
El autor y el editor no garantizan la exactitud de los acontecimientos ni la representación de los personajes, y no se hacen responsables de ninguna interpretación errónea. Esta historia se proporciona “tal cual”, y las opiniones expresadas son las de los personajes y no reflejan los puntos de vista del autor ni del editor.
Comparte esta historia con tus amigos. Podría alegrarles el día e inspirarlos.
Neighbors Kept Their Distance after I Moved In, until I Found Out the Shocking Reason – Story of the Day
I moved into a new neighborhood, hoping to find new friends and the comfort of suburban life. However, no one was happy to see me. Citizens avoided me, and neighbors peeked at me behind their fences. One day, I discovered something that sent shivers down my spine. Could this be the real reason for their hostility?
I had just moved into a new house, rented through an agency, in a small suburb. It was a quaint little place with neat lawns and friendly-looking homes.
For illustration purposes only | Source: Pexels
I had hoped for a peaceful and friendly life, imagining neighbors stopping by to say hello and welcoming me to the community. But that didn’t happen.
From the first day, I noticed the cold shoulders. People didn’t greet me or even make eye contact. It was as if I was invisible. I tried not to let it bother me, but it was hard not to feel lonely.
For illustration purposes only | Source: Midjourney
One sunny afternoon, I was watering the flowers in my front yard when I saw a little girl riding her bike down the street. She must have been around seven years old, with pigtails bouncing as she pedaled.
Suddenly, she lost control and fell off her bike right in front of my house.
“Oh no!” I exclaimed, rushing over to help her. “Are you okay, sweetie?”
For illustration purposes only | Source: Pexels
Before I could reach her, a woman—her mother, I assumed—came running over, yelling, “Get away from her!”
Startled, I stopped in my tracks. The mother grabbed the girl, her eyes wide with panic, and hugged her tightly.
“Are you hurt, Jenny? Did she touch you?” she asked frantically, looking at me like I was some kind of threat.
“I just wanted to help,” I said softly, feeling a lump in my throat.
The mother didn’t respond. She picked up her daughter and hurried away, leaving the bike behind.
For illustration purposes only | Source: Midjourney
I stood there, confused and hurt. I noticed one of the neighbors, Jules, walking her dog near my house. She had seen the whole thing.
Jules was a peculiar woman. She always wore long skirts, and her eyes were painted with blue eyeshadow, her lips bright with pink lipstick. She was staring at me with an expression I couldn’t read.
“Good afternoon, Jules,” I called out, trying to sound cheerful.
For illustration purposes only | Source: Midjourney
She didn’t reply. Instead, she clutched the leash of her small dog and quickly crossed to the other side of the road, muttering to herself.
“Why is everyone so unfriendly?” I whispered to myself. “Is it something I did?”
Back inside my house, I sat by the window, looking out at the empty street.
“Maybe they think I’m weird or something,” I murmured, trying to make sense of it all. “But they don’t even know me.”
For illustration purposes only | Source: Pexels
I picked up my journal and started writing.
“Day three in the new house. The neighbors are still avoiding me. Why are they treating me like this? I just want to fit in.”
Humming to myself, I closed the journal and looked around my empty living room. The house felt big and lonely.
For illustration purposes only | Source: Pexels
I walked on tiptoes to the kitchen, a habit of mine when I was nervous. I made myself a cup of tea and sat back down by the window, watching for any signs of friendliness.
“Maybe tomorrow will be different,” I said aloud, trying to stay hopeful.
But deep down, I couldn’t shake off the feeling that something was very wrong.
For illustration purposes only | Source: Pexels
***
Feeling lonely and unwanted, I decided to change the situation. I couldn’t just sit around hoping things would get better on their own. So, I decided to throw a party.
“Maybe they just need a chance to get to know me,” I thought.
I spent the whole day preparing. I cooked up a storm—salads, sandwiches, cookies, you name it. I even decorated the yard with fairy lights and colorful paper lanterns, hoping to create a warm and inviting atmosphere.
For illustration purposes only | Source: Pexels
As evening fell, I set up a table in the yard, arranging all the dishes neatly. I put on my favorite pink dress and tied a scarf around my wrist, humming a little tune to keep my spirits up.
“This will be great,” I told myself, trying to stay positive.
The clock struck six, the time I had mentioned in the invitations I had slipped into each neighbor’s mailbox.
For illustration purposes only | Source: Pexels
I waited, excitement and nerves battling inside me. But as the minutes ticked by, my excitement turned into anxiety.
An hour passed. Then another. The food lay untouched, the lanterns swayed gently in the evening breeze, and my heart sank. No one came. Not a single person.
Feeling despairing and close to tears, I began clearing the dishes.
For illustration purposes only | Source: Pexels
“What did I do wrong?” I whispered to myself.
Just as I was about to take the last tray inside, I heard a voice.
“Hey, need some help?”
I turned around to see Jacob standing at the gate, his usual charming smile on his face. He was dressed in tight jeans and a white T-shirt that showed off his muscles.
For illustration purposes only | Source: Midjourney
I tried to smile back, though it felt forced. “Hi, Jacob. I was starting to think no one would come.”
He walked over, taking the tray from my hands.
“I’m sorry about that. There’s something you need to know.”
We sat down at the table, and Jacob looked into my eyes.
For illustration purposes only | Source: Midjourney
“You see, the house you moved into has a bit of a reputation. The last woman who lived here had nothing but bad luck. Strange things kept happening, and then one day, she just disappeared. No one knows what happened to her.”
I felt a chill run down my spine. “That’s why everyone is avoiding me? Because of some old rumors?”
Jacob nodded. “People here are superstitious. Jules, especially is. She’s convinced there’s something wrong with this place. But I don’t believe in any of that. I’d be happy to have dinner with you.”
For illustration purposes only | Source: Pexels
I smiled, feeling a bit of relief. “Thank you, Jacob. I appreciate it.”
During the dinner, Jacob asked about my life, and I told him about my move and my hopes for a fresh start. He listened intently, offering kind words and compliments.
Before leaving, Jacob leaned in and whispered, “Just be careful around Mrs. Jules. She can be a bit off due to her superstitions.”
For illustration purposes only | Source: Pexels
I nodded, grateful for the company and the warning. There was more to this neighborhood than I had realized, and I was determined to uncover the truth.
***
The next day, after dinner with Jacob, I couldn’t shake off the unsettling feeling his words had left me with.
“I need to find out what’s happening,” I said to myself as I tiptoed around the house, my mind racing with thoughts.
For illustration purposes only | Source: Pexels
I decided to explore the attic. Maybe something there will give me answers.
I climbed up the creaky stairs. The attic was dusty and filled with old furniture, boxes, and cobwebs. As I rummaged through the clutter, I spotted an old, leather-bound diary.
Sitting down on a dusty trunk, I opened the diary. It belonged to the previous resident, and as I read, a chill ran down my spine.
For illustration purposes only | Source: Pexels
The woman had written about strange things happening around the house as soon as she moved in.
“Just like what’s happening to me,” I whispered, feeling connection to the previous tenant. “This can’t be a coincidence.”
Determined to find out more, I started paying closer attention to my surroundings. I also noticed strange occurrences.
For illustration purposes only | Source: Pexels
Every night, I heard eerie noises that seemed to echo through the neighborhood.
And every morning, the flowers in my garden were cut down. Moreover, a black cat appeared at my doorstep daily.
I eventually decided to keep the cat.
“At least you’re friendly,” I said, scratching behind its ears. I named him Snowball, despite his jet-black fur.
For illustration purposes only | Source: Pexels
Snowball quickly became my companion, and his presence brought me some comfort.
Jules, however, was always watching. She only left her house to walk her dog, but it seemed like she was also spying on the neighborhood, especially on me.
I often caught her peering out from behind her fence, her eyes following my every move.
For illustration purposes only | Source: Midjourney
“Why is she always watching me?” I wondered aloud. “What does she think I’m going to do?”
That day, I decided enough was enough. I needed to know what was really happening. I dressed in dark clothes and tiptoed to the neighbor’s yard, hiding behind their fence. I waited, my heart pounding in my chest.
***
That night was dark and silent, with only the occasional rustle of leaves in the breeze.
For illustration purposes only | Source: Pexels
“What am I even doing here?” I whispered to myself.
Suddenly, a shadow darted through my garden. My breath caught in my throat as I watched it move swiftly, almost too fast to follow.
Gathering my courage, I emerged from my hiding place and started to climb over the fence, hoping to catch whoever it was.
For illustration purposes only | Source: Pexels
Just as I swung my leg over, someone started screaming hysterically.
“Who’s there? Get away!”
It was Jules. She had seen me.
She turned on all the lights in her yard, flooding the darkness with harsh brightness. Neighbors began to gather, drawn by the commotion.
For illustration purposes only | Source: Midjourney
Jules was muttering something about me trying to harm her, her voice trembling with fear.
“What’s going on?”
I heard someone shout as people from nearby streets came running with flashlights, and some even with rakes, ready to protect themselves.
For illustration purposes only | Source: Pexels
Everyone looked at me in shock and suspicion.
“She’s the one causing all the trouble!” Jules cried out, pointing at me with a shaky hand. “She’s trying to harm us all!”
I felt a wave of humiliation and frustration wash over me.
“Wait, please!” I called out, trying to make them understand. “Someone has been setting this all up. It’s not what it looks like!”
For illustration purposes only | Source: Midjourney
One of the neighbors stepped forward, a stern look on his face.
“You need to leave,” he said firmly. “We can’t have this kind of disturbance here.”
“No, please listen!” I pleaded. “I can prove it. Someone is behind all of this, and it’s not me.”
I pointed to the paint in my yard and said, “I spilled paint under my fence earlier. The person who climbed into my yard will have paint on them. That’s how we’ll find out who’s behind this.”
For illustration purposes only | Source: Midjourney
The neighbors looked skeptical but began inspecting each other’s clothing. Jules started muttering again, accusing me of lying and trying to deceive them.
I felt tears sting my eyes as the humiliation deepened. Just then, I noticed Jacob arriving, the last one to show up.
Someone shone a flashlight on him, and I gasped. His boots were covered in paint.
For illustration purposes only | Source: Midjourney
“Jacob?” a neighbor exclaimed. “What’s going on?”
Jacob’s face turned pale as everyone started demanding explanations.
He shook his head and protested, “This is ridiculous! I have nothing to do with this. It’s just a coincidence.”
For illustration purposes only | Source: Midjourney
The crowd wasn’t convinced. They started murmuring among themselves, and the tension grew. Finally, one of the neighbors, a burly man holding a rake, stepped forward.
“Enough of this nonsense, Jacob,” he said firmly. “Answer like a man or get out of here.”
Jacob’s eyes darted around, realizing he was cornered. He sighed heavily, the fight draining out of him.
For illustration purposes only | Source: Midjourney
“Alright, alright,” he muttered. “It was me. I spread the rumors about the house and its residents to lower the price. I wanted to buy it cheaply.”
The crowd gasped in shock and disbelief. The truth was finally out. The neighbors, realizing the mistake they had made, turned to me.
“We’re sorry,” one of them said. “We didn’t know.”
For illustration purposes only | Source: Pexels
Another neighbor stepped forward and added, “We should have listened to you from the start.”
“Thank you,” I said, my voice shaking. “I just wanted to be part of this community.”
From that day on, everything changed. The neighbors began to support me. I made new friends and started to enjoy living in my house.
For illustration purposes only | Source: Pexels
Jacob, on the other hand, became a recluse. The shame of his actions isolated him, and he eventually sold his house and moved away.
As I looked around at my now-welcoming neighborhood, I felt a sense of belonging and peace.
“Appearances can be deceptive,” I whispered to myself. “Things aren’t always as they seem.”
For illustration purposes only | Source: Midjourney
Tell us what you think about this story, and share it with your friends. It might inspire them and brighten their day.
If you enjoyed this story, read this one: I wanted to surprise my son by visiting his restaurant. I wore a simple, neat dress and ordered a modest cup of tea. Suddenly, an arrogant woman asked me to move, humiliating me by pointing out my attire as unsuitable for such a place. Feeling humiliated, I went home.
Leave a Reply